¿Cómo debe recibir la iglesia a los perdidos que vuelven a casa? (Parte 1)
La iglesia no es un tribunal. Es una familia.
En tiempos donde tantos se alejan y otros tantos buscan volver, es urgente preguntarnos: ¿Cómo debe reaccionar la iglesia cuando alguien regresa? ¿Cómo recibir al que ha estado lejos, al que cayó, al que vuelve con el corazón quebrantado?
La respuesta no está en nuestras emociones ni tradiciones, sino en la Palabra. Las Escrituras nos ofrecen un camino claro: el camino de la gracia, la restauración y el amor.
1. Romanos 15:7 – Recibir como Cristo nos recibió
"Recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios."
El apóstol Pablo, escribiendo a una comunidad diversa de judíos y gentiles convertidos en Roma, llama a una aceptación sin reservas. Les recuerda que Cristo mismo no vivió para agradarse a sí, sino para cargar con los vituperios ajenos (v.3). Su ejemplo debe ser la medida.
Principio clave:
La aceptación mutua no depende del pasado ni del nivel de madurez espiritual de una persona, sino del ejemplo de Cristo, quien nos recibió a todos sin distinción.
Aplicación:
La iglesia debe abrazar al que regresa, no como un sospechoso en prueba, sino como un hermano amado. No hay espacio para condiciones ocultas, filtros ni sospechas prolongadas. Como Cristo nos recibió, también nosotros debemos recibir a los demás: con gozo, paciencia y misericordia.
2. Gálatas 6:1 – Restaurar con espíritu de mansedumbre
"Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre…"
Pablo no oculta la realidad del pecado en la comunidad. Al contrario, reconoce que puede haber caídas, pero enseña cómo actuar ante ellas: con mansedumbre. No se trata de ignorar la falta, sino de restaurar al caído con humildad y amor, sabiendo que nadie está exento de caer.
Principio clave:
La restauración no se hace desde el orgullo, sino desde la conciencia de nuestra propia fragilidad.
Aplicación:
La iglesia no debe actuar como jueza ni como indiferente espectadora. Debe acercarse al que ha caído para restaurarlo, caminar con él, compartir su carga y levantarlo con dignidad. Restaurar no es sólo perdonar; es acompañar hasta que vuelva a andar firme, con la mirada puesta en Cristo y no en su tropiezo.